Un golpe con estilo (Going in Style)




Es imposible hablar de abuelillos y no querer todas sus manías.
Esa fijación por hablar a la tele, por abrocharse los pantalones a la altura del sobaco, por celebrar los días más tontos o quejarse por todo, sumados a esa innata capacidad para ver más allá de todo y no darle ninguna importancia.
Bien dicho, casi forman un microcosmos en si mismos, tan cotidiano como decididamente extraño.



Pero, ¿realmente les prestamos atención?
'Un Golpe con Estilo', más allá de una propuesta juguetona como tener a un trío de octogenarios carismáticos planificando un atraco, quiere hablar en su fondo de cosas más importantes, relacionadas con la tercera edad, pero también con cómo se la suele ver.
Joe Harding, por ejemplo, siente que su apreciable dificultad para levantarse de la silla da derecho a tipejos de banco para tratarle como un tonto y pasar por encima de sus derechos, cuando en realidad ha ido a preguntar, con toda amabilidad, por qué coño alguien de su edad tiene que seguir arañando por una vida que hace tiempo que le debieron dar.






Y es que la verdad es esa: hemos llegado a un punto en el que parece que ni las arrugas ni la experiencia adquirida son un grado, porque a los bancos no les duele prenda en despedir a miles de obreros prescindibles a su juicio, gente que se gana el pan honradamente y a la hora de la verdad no quieren vivir ni bien ni mal; solamente vivir, sin más.
Todo ello verdades como puños, contadas en tono amable porque Michael Caine, Morgan Freeman y Alan Arkin discuten todas las soberanas chorradas que preocupan a un vejete, pero que a la hora de la verdad se dan cuenta de que no las pueden seguir tolerando.



Planifican un atraco al banco del tipejo maleducado, y realmente lo único más increíble que hacerlo es que nadie se lo haya planteado: sólo por tener una edad no significa que se tenga que ser tonto, ni quedarse de brazos cruzados mientras tu amable rutina de querer a la nieta y discutir con los amigotes está amenazada por capullos que anteponen dinero a dignidad.
Siempre he admirado a Michael Caine y a Morgan Freeman, sobre todo desde que me deleitaron en la trilogía del Caballero Oscuro. Ellos tienen el temple, la veteranía, la elegancia y la pausa necesaria que tanto le hace falta a veces al cine de Hollywood. Quedan pocos como ellos y por ello, espero que podamos tener a Michael Caine y Morgan Freeman por muchos años más.



Fui al cine para poder admirar, una vez más, a estos dos entrañables actores y de paso, poder disfrutar de una propuesta en forma de parodia de esas que tanto se ven últimamente: películas con mucha acción, robos o atracos. En esta ocasión, la acción se ve reducida (el reparto y la misma trama imposibilitaba largas y memorables escenas de acción) y sustituida por chistes y gags cómicos, hasta el punto de convertirse en una película lenta, monótona y a ratos, aburrida. Lo que se nos presentaba como una película gamberra, macarra y a la vez, revolucionaria, acaba siendo un producto simplemente simpático, simplón e incluso, infantil.



Pero es digno de elogio el acercamiento de Zach Braff: en ningún momento haciendo burla fácil de sus protagonistas, celebrando sus manías o puras estupideces, siempre desplegando un estilo y un saber estar que parece haber sido olvidado por las consiguientes generaciones.
Y cuando crees que no pueden molar más, Michael Caine se baja a la tierra y en un solo diálogo deja las cosas claras al ex-marido de su hija, por si no te habías enterado de que esto va del derecho a una vida digna, que se construye en simplicidades como recoger del colegio a tu nieta.
Por cosas como esa están luchando estos tres hombres, y es sólo el hecho de hacerlo a la edad en la que deberían tenerlo todo ganado lo que les convierte en verdaderos héroes anónimos.


Ojalá haya más personas valientes como Michael Caine, Morgan Freeman y Alan Arkin, que se atrevan a enfrentarse al sistema injusto que nos rodea. Se necesitan justicieros como ellos. Que cada uno lo interprete como quiera.
Del heroísmo, de eso también se habla de pasada en esta historia.
Del heroísmo sencillo y simple que hace ojos ciegos a una autoridad que no tiene razón, que favorece a los amigos y familiares, y no tiene reparo en decir a esos ancianos que sí, que valen.
Es curioso que todo eso quepa, en apenas un atraco que sólo podría tener más clase y dignidad si no fuera necesario.


Pero es que de todo cabe en ese microcosmos de abuelillos.
Saderman

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