La vida de los otros



La vida de los otros puede acabar convirtiéndose en la propia vida, porque, aunque no todo está conectado, por mucho que la publicidad y sus siervos (también el cine) nos acerquen a esta despreocupada idea, los actos cotidianos nos hacen responsables y protagonistas de la historia.
Cuando miramos al pasado de Alemania pensamos en los nazis, pero más recientemente existió otro estado policial en el este que asfixiaba a las personas y las llevaba al suicidio.
 Aquí surge la figura del policía de la Stasi (Gestapo comunista), convencido del sistema, pero que se tambalea en sus convicciones cuando un ministro le encarga que vigile a un autor teatral para que obtenga pruebas que le separen de su novia de la que el otro está encaprichado. Tanto el retrato de la época como el de los personajes me parece muy acertado, así como el guion, de ahí mi calificación. Para los que la acusan de simplista por lo de buenos y malos, eso ocurre en el 99% de las películas. El carácter hierático del policía es perfectamente creíble por su forma de ser.
En tiempos donde la memoria es una chistera con trucos malos, la honestidad de La Vida de los otros supera toda posible lectura dogmática para situarse en el lugar preciso, a ras de suelo, en la toma a tierra de un antihéroe, un sistemático capitán de la policía secreta de la Stasi en la Alemania Oriental de los años ochenta. Un protagonista encarnado magistralmente por el actor Uldrich Mühe, capaz de transmitirnos la frialdad casi autómata y cándida de los hombres contenidos y que se sienten pequeños.


De haber existido, el capitán Wiesler hubiera sido quizá para la Historia solamente CGW, una firma sin más en los archivos desclasificados tras la caída del Muro de Berlín o un hombre de más o de menos en las estadísticas; y que Florian Henkel Von Donnesmarck ha rescatado del imaginario colectivo, desenpolvando de amnesia y prejuicios el pasado, para humanizar el presente en una película.
Si la distopía de films basados en novelas de ciencia ficción, como Fahrenheit 451 se situaban estética y argumentalmente muy cerca de La vida de los otros, en este caso, el exhaustivo trabajo de documentación histórica de su director hacen de la película un relato cinematográfico sin duda más impactante La película toma la historia reciente de la Alemania oriental para adentrarnos en una reflexión humanista sobre la posibilidad de cambio; sobre el compromiso a veces silencioso en una sociedad atemorizada.
Durante dos horas y 24 minutos de metraje nos convertimos en testigos y cómplices de la vida de tres personajes exquisitamente matizados en plano general y en detalle. Voyeurs de su vida pública, su vida privada y de su vida interior.


En definitiva, cambiamos nuestra mirada con CGW, a prendemos a respetarle e incluso a admirarle. Empatía. Algo que muchas veces sólo el buen cine es capaz de conseguir.
Apoyado en una fotografía sobria de suaves sepias en interiores funcionales y asfixiantes, la cámara de H.V.D. se hace tan invisible como su protagonista para envolvernos con una enfática banda sonora que recorre el subtexto de las emociones. La vida de los Otros, ganadora del premio al mejor guion del cine europeo, es un guion perfectamente hilvanado, que combina una mirada irónica y distante con la absoluta emotividad de otras tantas escenas. Las constantes referencias diegéticas entre la literatura, el teatro y la música y sus vínculos, lejos de convertirse en un corta-pega de alusiones intelectualoides, se unen en La Vida de los otros para crear un relato absolutamente redondo y verosímil.


Y como en un verdadero drama clásico, la verdad se rebela en un chiste o en la frase inocente de un niño que nos despierta del letargo y nos hace recordar lo que somos.
Realmente ya estábamos seguros (una vez vista) que ganaría el Oscar a mejor película extranjera, la historia está mágicamente elaborada de tal forma que consigue mantenerte como Ulrich Mühe durante toda la película con un aire de nostalgia, realmente deslumbrante en su papel.
Es imposible perdérsela.
Señora Om

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