No hables con extraños



El desembarco del escritor Harlan Coben en la gran pantalla tiene como ilustre precedente la exitosa adaptación de su novela más vendida hasta la fecha, ‘No se lo digas a nadie’. Dirigida por Guillaume Canet en 2006, y magníficamente protagonizada por el poliédrico François Cluzet, desnudaba los secretos más recónditos de una familia, componiendo un thriller tenso, de vigorosa estructura. ‘No hables con extraños’, miniserie de ocho capítulos producida por Netflix, supone su cuarta incursión en el mundo de la televisión.







Las obras de Coben atesoran características recurrentes, una sucesión de lugares comunes dónde el pasado de los protagonistas, desatada la trama, mana a borbotones. Un desparrame que sienta las bases a giros de guión desiguales, buscando no dejar indiferente. Sin un punto de partida particularmente atractivo, la dosificación de la información de manera rácana, con varias subtramas corriendo en paralelo, dan forma a la narración de ‘No hables con extraños’. Es el socorrido recurso para enganchar a la audiencia. En la forma de compactar estos ingredientes, radica en buena medida la calidad del producto.




Se abordan asuntos como la privacidad, o la ausencia de ella a partir de esa nebulosa llamada internet y la extorsión como elemento lucrativo, mostrando el poder de la información para zarandear y poner a la gente en un brete. Sin embargo, llegado el momento de desentrañar los enredos, se impone un desenlace rocambolesco, dónde no me creo nada. Una suerte de piezas encajadas a mayor gloria del culebrón ochentero.




Adam Price (Richard Armitage) es un padre de familia feliz. Abogado de profesión, su cómoda existencia se verá trastocada por una conversación, mientras disfruta de eso tan típicamente inglés de una cerveza tras un partido de fútbol. Una completa desconocida le dará información muy comprometedora sobre su esposa. ”Ya sabes que es una mentirosa”, le reprocha. Frase que va a martillear sin descanso al protagonista.






No hables con extraños’ queda penalizada por una dirección de actores plana. Añádase que Richard Armitage no anda sobrado de recursos interpretativos, al tiempo que su papel demandaba un abanico más amplio de registros. Se configura una puesta en escena pétrea, que ayuda poco al dinamismo de la historia. Siendo un producto mediocre, tengo la impresión que pronto acabará olvidada en el colosal catálogo de Netflix.Para echar el rato.
                                                                                                                               Juan Pablo Martínez

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