Animaladas existen


¿Y si escribir es, en el libro, hacerse legible para todos e indescifrable para sí mismo?
Maurice Blanchot





Decido dejar de agotarme y me dispongo a escribir. Porque es agotador elegir de entre todas mis cosas cuáles van y cuáles se quedan. Un juego, el paréntesis de nuevo, porque las casas, y las cosas, no se abandonan, no al menos de momento. Y hay fotografías que traspasan la piel, recelosas de un pasado, y cuadernos de notas que arrastran al suelo (ardilla-sentada, jau) releyendo pensamientos de difícil ubicación, escritos por mí, puede ser, pero cuándo y por qué. Y recuerdo, justo ahora, a Wagensberg "A más cómo menos por qué", y entiendo que sí, que lo importante fue el cómo:


Octubre de 2009:


(...) No soy capaz de escribir (...). Pero yo hablaba de la animalada que supone la muerte. Las otras dos animaladas que nos corresponden como humanos que ya quisieran renegar de su biología: el parto y el sexo, vértices del mismo triángulo que nos emparenta con el resto de especies. Triángulo tan poco equilátero, por cierto. Y cuando el vértice de la muerte toca de cerca, precisamente ese, sólo deseas el cobijo de los ojos, esos mismos que ahora parecerían, de mirarte en un espejo, de tener ganas, los de un conejo espantado y deslumbrado. Nadie sabe de la propia muerte pero basta conocer la de los propios. Se acaban las historias, como si el tío Ceferino, del que contaba Juan Rulfo que se las narraba para luego él escribirlas, hubiera acallado sus palabras por siempre y ya no nos permitiera escribir jamás..."

Ese era el cómo, la incapacidad de escribir que daría para todo un libro. Así era, así fue durante un tiempo que pareció demasiado. Y no fue tanto, nunca lo es una vez transcurrido. Nadie puede medir el tiempo, si no es de forma lineal, y eso sería inadecuado en un mundo, una vida, donde nada pareciera suceder cabalmente.

Pero yo sigo rodeada de cachivaches, de elecciones que a veces duelen y otras reparan. Y entre unas y otras transcurre la tarde ¿a qué carta quedarse? Y me inclino por quedarme fuera del desamparo. Aunque mis fantasmas, esta tarde, hayan decidido visitarme y me sonrían desde esas fotografías -tan ajena la vida en ellos ahora- y juego a imaginarlos dándome el empujón, tocando mi culo -como acostumbrábamos entre nosotros- con el ánimo puesto en el día a día y un "¿por qué no? ¿quién sabe? hay que vivirlo, nena, y luego ya veremos, ya juzgaremos". Que eso siempre se nos dio bien, cuestión de genes.

Y aquí estoy, daría más de lo que tengo por saber cómo. O no, no lo daría, ahora no. Ellos no están y yo sí, tal vez todo se reduzca a un hecho tan sencillo y perentorio.




Y mi casa patas arriba y mi ánimo lleno de vida. Tan contradictorio, tan natural en él.






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