Ideas, planes, deseos y proyectos



Era un viernes otoñal y lluvioso, aunque no hacía demasiado frío. No había muchos clientes, se notaba que era fin de semana y de mes. En el mostrador, una madre compraba unas pastas a sus niños camino del colegio y un joven pedía un bocadillo de chorizo para llevarse. Sentado en la mesa del fondo, como cada mañana, Don Antonio se sumergía en la lectura del periódico y en su café con leche. Cuando Irene entró en el local, se sentó al lado de la ventana y sacó del bolso un libro, una libreta y un bolígrafo. Le pregunté qué deseaba tomar y su respuesta me sorprendió.
 – ¿Tiene helados de nata?
Le respondí que sí y me pidió uno.
Cuando se lo serví , me dijo con una sonrisa.
– Me resisto a aceptar la brevedad del verano, además aún hace calor ¿verdad?, a lo que asentí también sonriendo.
 A partir de ese día, Irene se convirtió en una cliente habitual. Poco a poco fuimos entablando conversaciones más largas y profundas y fraguando una amistad.
La primera impresión que tuve cuando la conocí era la de una persona frágil y vulnerable. Pero estaba muy equivocada.
Era culta, inteligente y bella. Y a pesar de su juventud, tenía muy claros sus proyectos y una férrea convicción de llevarlos a cabo. Me contó que vivía sola en un pequeño apartamento de alquiler a dos calles de aquí, que había estado viajando por todo el mundo y que desde hacía dos años se había instalado en Australia y al parecer podría ser el lugar donde quedarse definitivamente. Me habló de que era un país con muchas posibilidades para triunfar.
El motivo de su regreso había sido la muerte de su madre, con la no tenía ninguna relación. Le habían comunicado que era el único familiar existente y por lo tanto heredera universal. El montante ascendía a varios inmuebles y tierras . Bienes que pensaba poner a la venta, ya que no quería ningún vínculo con nada que hubiera pertenecido a su familia.
Irene era habladora y cariñosa. Me llamaba a todas horas para cualquier consulta o para explicarme alguna cosa que le hubiera sucedido. Me había convertido en su oyente imprescindible. Tanto era así, que una tarde al visitarla, me sorprendió con la compra de un sofá-cama destinado a evitar como era habitual, que tuviera que ir a mi casa a altas horas de la madrugada.
A medida que me contaba sus vivencias, constaté que existía alguna coincidencia con las mías, sobre todo en referencia a relaciones familiares, pero preferí ocultárselo. El día que cobró la liquidación de la herencia, me pidió que la acompañara al Banco, era una gran cantidad de dinero y a pesar que le habían extendido varios cheques, tenía miedo. Además quería hacerme co-titular de la cuenta que pensaba abrir. En un principio me negué, pero tras su insistencia y argumentos no tuve más remedio que ceder y agradecer su confianza.
Cuanto más la conocía, más aumentaba mi admiración y mi envidia.
Aquella noche me fui a casa, quería dormir, pero no pude. En mi cerebro ideas, planes, deseos, proyectos se atropellaban sin orden ni concierto.
Al final , conseguí conciliar el sueño siete horas seguidas , que fueron interrumpidas por el timbre telefónico. Evidentemente era Irene, me dijo que había reservado mesa en el mejor restaurante de la ciudad, quería celebrar que era millonaria y además, tenía una sorpresa para mí. Quedamos a las dos y media. Cuando entré me recibió con un fuerte abrazo, estaba eufórica. Sirvió dos copas de cava y alzó la suya en un brindis
-¡Por nosotras, por la amistad !
No pudo esperar más y sacó un sobre con dos billetes que puso sobre la mesa.
– ¡Nos vamos de viaje, vacaciones en Australia! ¿Qué te parece?
Creo que leyó en mi cara la respuesta. Ilusión, sorpresa, afirmación y miedo.
-Te encantará, ya lo verás. No tienes que preocuparte de nada, yo me encargo de todo.
Mañana vamos de compras.
Solo pude decir gracias y corresponder de nuevo a su abrazo.

La víspera de la partida cenamos en su casa, Irene brindó varias veces por el inicio de nuestra aventura. Yo tomé agua. Antes de marcharme, la dejé acostada y profundamente dormida. Deshice su equipaje, guardé toda su ropa en el armario, escribí una nota y la coloqué en un sitio visible. Bajé las persianas, recogí los billetes, pase por la cocina y abrí la espita del gas.
Por fin había conseguido ordenar mis ideas, mis planes, mis deseos y mis proyectos.

Hace un tiempo extraordinario para ser otoño. Por las mañanas suelo tomar el sol y un baño en la piscina climatizada mientras saboreo un Martini. Al anochecer, después cenar, doy un paseo por cubierta y disfruto del silencio, de la soledad y del firmamento estrellado.

Lola Encinas (Foto: Brent Lynch)

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