American Pastoral (El fin del sueño americano)


 
Antes de nada, debo decir que no he leído el libro de Philip Roth en que se basa esta American Pastoral. Mi crítica no reposa pues en la comparación, ni en el obvio respeto que el autor se merece. Pero he visto suficiente cine adaptando grandes novelas como para ver muy claro cuáles son los problemas esenciales de American Pastoral.




El primero y fundamental: el tiempo. Tratándose de una novela río, que abarca varias décadas y la historia de un padre y una hija confrontada con la historia política de un país, American Pastoral sufre de una ausencia total de elípsis. Se nos cuenta la historia como si pasasen los años, pero éstos no lo hacen ni a través del estilo visual de la película, ni a través de los actores (que aquí si sufren el peso de un mal maquillaje envejecedor... bueno, unos sí y otros no... lo cual es sintomático del descuido), ni a través de los personajes, que parecen evolucionar muy poco o de forma muy abrupta teniendo en cuenta la gravedad de los hechos que afrontan, ni a través de la propia historia, que se estanca en cuantro momentos puntuales y no avanza más allá.



Admiro a Ewan McGregor como actor, la versatilidad de su carrera, la aparente ligereza de sus interpretaciones. Y hay detalles interesantes en American Pastoral, y un cuidadísimo estilo visual. Pero la historia le ha quedado grande para su debut. McGregor, Jennifer Connelly y Dakota Fanning son grandes intérpretes y todos lo han probado con anterioridad a esta película, e incluso en esta, donde todos hacen trabajos honestos, emocionantes, llenos de matices. Pero el problema está en que sus personajes no los tienen (esos matices), y por tanto, resulta difícil identificarse con ellos, a pesar de que el gran tema universal de la película (la gran decepción de padres e hijos), debería afectar a cualquiera.



 Ewan McGregor no es el primero, ni creemos que será el último, que pasa del apartado de la interpretación a probar con la difícil tarea de la dirección. Muchas actrices y actores lo han hecho, con mayor o menor fortuna, como también lo han hecho, por ejemplo, muchos que han trabajado en el apartado técnico. La lista de ejemplos sería enorme.



Lo que pasa es que de Ewan McGregor esperábamos más inteligencia y menos ambición, convirtiéndose en el debut en el largometraje de cine más desafortunado que recordamos en mucho tiempo. Visto lo visto, creo que le vino bastante grande que fuera presentada con todos los honores en el Festival de San Sebastián, aprovechando que se le entregaba el Premio Donostia, un premio honorífico a su trayectoria profesional. Toda una maniobra política de intereses innecesaria que empobrece cualquier festival, y que conste que se trata de uno de los certámenes más importantes que hay y que, además McGregor nos cae bien.



La obra de Philip Roth en la que se basa ha sido traicionada en su espíritu, creando un film casi reaccionario, con un guion plano, personajes anquilosados desde su inicio, desperdiciados, sin casi progresión y una psicología bastante obvia. Por ello las interpretaciones son bastante cargantes y no conmueven, a pesar ciertos esfuerzos. Es triste, porque es quizás de lo peor: su guion, sus actuaciones y su dirección, sin fuerza, cansina y bastante perdida. El aspecto formal de su apartado técnico, aunque cuidado en algunos apartados, tiene más bien aspecto televisivo, exceptuando al casi siempre “entonado” Alexandre Desplat.


Lo que podía resultar interesante, se va rápidamente difuminando, y a la mitad ya es obvio que eso ya no lo remonta nadie. Puede que además juegue en su contra el hecho de que la película empiece por el final, destripándonos que va a ocurrir sin ningún sentido. Cuando se recurre a un largo flash back debe haber un motivo narrativo, pero en este caso nos da la impresión de que no se sabía por dónde empezar el diente ya que su comienzo era difícil. Y si difícil era su arranque, el resto se les ha hecho cuesta arriba, con una resolución pobre que llega a aburrir mientras llega el momento.
 

La lección que se saca es una que ya sabíamos: Si alguien piensa en dirigir mejor que empiece por contar algo que le resulte familiar, que le sea cercano. Hay que hablar sobre aquello que se sepa y no pretender, de entrada, el hacer algo que le viene, no sólo grande, si no que, cuando no se domina, no se puede pretender controlar demasiados factores como cuando se es experto, porque incluso en esas se puede fallar. Y si es primerizo el batacazo es mucho más sonado, que es lo que ha pasado en este “American Pastoral”.


Las productoras en la actualidad parecen no saber a quién se les encomiendan ciertos proyectos. Entre su ineptitud, entre tanto refrito o remake por no saber apostar por guiones originales y no tener olfato para el talento, y el querer hacer dinero fácil y rápido, están sumiendo al cine en un pozo de vulgaridad del que será difícil sacarlo
Como decía, no he leído el original de Phillp Roth, pero me extrañaría que el gran leiv motiv o gatillo del personaje de Fanning sea la belleza perfecta de su madre. Y si es así, debe estar planteado a la manera de un David Foster Wallace o un Revolutionary Road o American Beauty en el cine. Sin embargo, aquí se menciona, se le da importancia y luego se olvida. Y ese personaje de la madre, una bellísima Jennifer Connelly, ¿se convierte en una perfecta idiota símplemente por someterse a un lifting? O el padre, ¿es realmente un tipo tan templado y/o calzonazos como para tolerar todos los desaires que su familia, su mujer y su hija, le hacen a lo largo de décadas sin siquiera levantar la voz?

Son demasiadas dudas en una película demasiado deslabazada, que pese a contar con buenas interpretaciones, un argumento que tenía muchísimas posibilidades, y uno de los mejores trailers del año; finalmente es un correcto y académico viaje al pasado sin resonancia en el futuro. Demasiado literal y demasiado confusa. Una pena, en definitiva.
Maggie

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