The Young Karl Marx



Fui a ver una película dividido entre un enorme deseo por asistir y el temor a que, una vez más, presentaran a un revolucionario desde la perspectiva romántica, como ha sucedido con figuras como Ernesto Guevara, o incluso una imagen violenta y hasta malvada, tan del gusto de productoras y distribuidoras cinematográficas.


No me defraudó en absoluto. En realidad, podía haberse llamado, no por la notoriedad que le hubiera aportado, sino por la importancia de 4 figuras centrales en ella: “El joven Marx y tres de sus camaradas: Engels, Burns y von Westphalen”. Obviamente, un título nada comercial pero muy próximo a cómo se presenta el filme: a través de 4 personalidades muy poderosas, cada una a su modo: las de Karl, Friedrich, Mary y Jenny, las dos últimas mujeres de los dos primeros y compañeras, sostenes emocionales y cómplices ideológicas y políticas de las luchas de los dos primeros.


El retrato cinematográfico del joven burgués y calavera, sensible y brillante agitador, Engels, me pareció muy cercana a lo que ya conocía de él. El de Marx, fieramente humano, finísimo estratega político, que sufre junto a la clase con la que ha elegido vivir y el mayor pensador político de todos los tiempos, me sedujo. De ambos se refleja bien la extraordinaria fuerza de su pensamiento y la integridad y coherencia de sus vidas, algo tan necesario para hablarle a nuestra clase, ganándose su respeto. Nada que ver con lo que históricamente ha sido la izquierda (los comunistas están hechos de otro material humano más valioso), ni con aquello en lo que ha degenerado hoy, ideológica y vitalmente.


Mary Burns, la obrera de la que no solo en la película se dice que marcó moral, humana y políticamente a Engels, impresiona. Una valiente agitadora socialista, de mente muy despejada. Es poco conocido que ella tiene mucho que ver en la descripción tan acertada de la obra de su pareja sobre “La situación de la clase obrera en Inglaterra”. Jenny von Westphalen, la esposa aristócrata de quien elige el camino de la persecución, el destierro y la miseria, de quien no se doblegó nunca, y que entendió que para ella ese era la vía de su libertad como ser humano, se agiganta en la cinta. Poco se ha dicho de esta mujer por parte de los biógrafos en cuanto a su papel de secretaria y transcriptora de la letra endemoniada de Marx.


Es un acierto que este film tenga el reconocimiento a las dos mujeres que impulsaron la vida de sus parejas, a través del amor, la coincidencia básica, no lacayuna (les “regalan” alguna puya que las engrandece como seres humanos), con sus pensamientos y con sus destinos.
Reivindicadas como merecen ellas, la película tiene muchos aspectos a reseñar.


Uno es situar muy bien a los cuatro personajes, Karl es el elemento central, pero sin restar papel a ninguno de los tres, como tampoco a nadie de los líderes republicanos, anarquistas y socialistas utópicos que en ella aparecen, dentro de su contexto histórico, la pujanza de una clase ascendente en la historia, al compás del desarrollo capitalista y la deshumanización del trabajo asalariado y esclavista, el proletariado.


En el film se señala muy bien el recuerdo de un desagradable desencuentro, luego convertido en reunión afortunada que dará lugar, para siempre, a una formidable e indestructible amistad, en la que no falta la realidad de la vida, instantes de desencuentro. Las escenas de brindis sucesivos y exaltación de la amistad en Paris, en el “Cafe de la Regence”. 10 días, con sus correspondientes noches, dan para mucho. Hasta para un boceto de texto a dúo. Entre copas y puestas al día se forjó la peor alianza que ha sufrido el capitalismo hasta nuestros días. No apto para puritanos de un comunismo de catequesis y museos.


Hay una faceta bien reflejada en la película, la del Marx deslenguado y valiente, que lo arriesga todo, incluido su menguado salario de director de “La Gaceta Renana” primero y, tras su cierre, de su por paso la revista “Anales Franco-Alemanes”, en la que él y Engels trabajarán ya juntos. En esa etapa vemos un periodismo de confrontación al poder político de la burguesía alemana, muy lejos en altura periodística de hoy. Sin esa etapa de combate nos costaría entender al Marx militante, no solo pensador. Su concepto de la libertad ha sido recogido en el compendio de sus artículos en “La Gaceta Renana”, presentados bajo el título de “En defensa de la libertad” . La cinta se inicia casi con imágenes que aluden a diversos artículos publicados por él relativos a “los debates sobre la ley acerca del robo de leña”. Las frases que acompañan a esas escenas son auténticas sentencias de condenas del periodista revolucionario sobre otro concepto de la propiedad y del robo. En ellas se insinúa la acumulación primitiva u originaria del capital (faltan referencias inevitablemente, es un filme), que explica el germen del capital inicial del empresariado desde el paso de los bienes comunales, también del “aniquilamiento de la propiedad privada que se funda en el trabajo propio, esto es, la expropiación del trabajador", a la apropiación por desposesión. Pero esta parte pertenece ya al Marx maduro de los capítulos XXIV y XXV del primer volumen de “El Capital”, que no veremos en la proyección porque ésta finaliza en su etapa juvenil, apenas llega hasta sus 30 años.


“El joven Karl Marx” acaba cuando entregan él y Friedrich a la imprenta “El Manifiesto Comunista”, una obra de encargo de la Liga de los Comunistas que iba a llamarse “El catecismo comunista”, un término que repugnaba a ambos por sus resonancias cristianas.



Vemos desfilar cinematográficamente a personajes de la época más o menos conocidos, según la cultura política del espectador, como los Bauer, los Ruge, los Proudhon, los Bakunin, los Weitling y tantos otros, desde los republicanos hasta los anarquistas, desde los cristianos autodenominados comunistas (reaccionarios de fondo, “La sagrada familia”), los charlatanes y amantes del amor universal y conciliador entre clases (utópicos), hasta los primeros comunistas del socialismo científico, basado en la lucha de clases. Los que siguen a Marx son obreros, los que optan en el filme por Proudhon sobre todo artesanos, gente de etapas anteriores a la concentración fabril. Marx no hace prisioneros, combate, junto a Engels a sus contrincantes, nunca enemigos. Casi siempre hay respeto hacia ellos, a veces hasta un profundo afecto, excepto hacia los petulantes, a los que combate sin piedad.


Comprender a Marx y a Engels no es sencillo. Los rudimentos de su pensamiento, primero en un materialismo dialéctico, al que nunca designan como tal (fue Lenin quien le dio el acertado nombre) y también en su materialismo histórico (tan marcado en “El Manifiesto Comunista”) exige esfuerzo y estudio. Ellos, al hablar directamente a los trabajadores, lo hacían más asequible. Pero el militante comunista no puede conformarse con los retazos, colocados de la mejor manera que se puede expresar en una película, un medio muy diferente al de la reflexión. El comunista necesita, para tener algo valioso que ofrecer, ir mucho más allá de la ristra de citas que se ve en los escritos de quienes hoy se reivindican tales y en las redes sociales. Ello requiere la una autoformación colectiva de la clase, porque incendiar el viejo mundo para construir el nuevo es un esfuerzo coral, lo que se apunta en la cinta. Y para eso hace falta reunirse, debatir y comprender en conjunto y no en cacareo de redes sociales, donde nadie escucha a nadie que no esté previamente convencido y donde todo parece tener la misma importancia.
Marat

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