Amor efímero



Ella, una chica morena de ojos negros y piel blanca.
Estaba en su habitación, poco luminosa y muy poco espaciosa.
Allí, sentada en la cama, conversaba con su amiga Marta, que estaba sentada en una silla, al lado de la cama. La morena y la rubia reían, hasta que Marina asomó la cabeza por la puerta con un papel entre sus manos:
- Oye, alguien te ha dejado esta nota. - dijo.
Marina le alcanzó la nota, escrita a mano en tinta negra y por ambas caras.
Comenzó a leer y el rostro le cambió completamente.
Parecía otra.
Tenía la mirada de una chica que guardaba una ilusión y la sonrisa de una mujer enamorada.
- "Tengo una sorpresa. Te espero en el patio". - Leyó.
El patio era un lugar por el que se accedía bajando las escaleras del piso.
Era como una especie de túnel construido con ladrillos que tenía una plataforma de hierro, como si fuera una especie de balcón con su barandilla.
Allí era donde se llegaba por las escaleras.
Un poco más a la izquierda, había vigas de madera que iban de una punta a la otra del patio y en las que había unas cuerdas muy finas justo en el medio.
El suelo era todo de arena.
Entusiasmada, abrazó en su pecho la nota con una sonrisa y disculpándose ante Marta y Marina, se fue bajando las escaleras.
Cuando abrió la pesada puerta, vio ante ella un chico rubio de ojos azules con una rosa roja en la mano y una sonrisa en la cara.
Su nombre era Pablo.
Ambos se fundieron con un beso en la boca mientras se abrazaban por el cuello.
- A partir de ahora te acompañaré a la universidad - dijo él.
- ¿¡En serio!? - contestó ella con gran sorpresa.
- Es más. Me gustaría que pasáramos todo el día juntos.
Aquel día que compartieron, para ella fue inolvidable.
Y así, día tras día, él le escribía notas con unas palabras de amor y una cita en el "balconcito" del patio.
Después la acompañaba a la universidad y pasaba el día con ella.
Estaban muy enamorados.
Parecía que no podían vivir el uno sin el otro.
Una mañana, unos vecinos suyos, que eran marido y mujer, se le acercaron a hablar, como siempre hacían.
Eran unos viejecitos muy simpáticos.
Ambos tenían el pelo cano, una gran barriga y una sonrisa tan alegre que los hacía hermosos.
Iban siempre con sus sombreros de paja a todas partes.T
ras charlar un rato con ellos, volvió a su casa esperando una nueva carta de su amor aquella tarde.
Esperó en la habitación y, por fin, la leyó:
- Hoy no te voy a poder acompañar a la universidad. Lo siento. - ponía en la carta.
Alarmada y sin soltar la carta, bajó corriendo las escaleras y abrió la puerta.
No había nadie.
Posó sus manos en la barandilla y miró hacia el suelo.
Se le cayó la carta en la arena.
Al lado yacía boca arriba el cuerpo de Pablo, como si hubiera caído.
Se asustó mucho y se puso a llorar, pero algo la hizo volver en sí.
Oyó unos gritos que venían de la izquierda.
Eran los viejecitos, que queriendo cruzar una de las vigas, perdieron el equilibrio y estaban pendientes de la cuerda fina a la que lograron sujetarse.
Al principio se agazapó y no sabía qué hacer.
Hasta que reaccionó y, cruzando ella también la viga, los agarró de la mano y consiguió subirlos poniéndolos a salvo.
- No pude salvarte a ti, pero pude salvarlos a ellos.
Diste tu vida por la suya.
Publicado por saiko
http://saikosalazar.blogspot.com/2010/05/amor-efimero.html#comments

Comentarios

  1. ¡Muchas gracias por publicarlo!
    No sabes la ilusión que me ha hecho, en serio.

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  2. Gracias a ti por crearlo, sigue y no desfallezcas.
    Besos desde el Sur

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  3. Me ha gustado mucho el relato.
    Aplauso para Saiko.

    Saludos.

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