El viejo tío Vania


El frío se colaba por las rendijas que tenía el vagón. Era tan intenso que podía casi tocarse. Pero el joven profesor Serebriakov no estaba interesado en comprobarlo de forma empírica. Viajaba hacia Saratov. En San Petesburgo las cosas se habían puesto un poco complicadas para los que no eran totalmente afectos al nuevo régimen. Quizá había elegido aquel destino estepario porque allí debía vivir todavía Voinitzi, un familiar al que sus padres llamaban "el viejo tío Vania". No sabía mucho de ese pariente pues apenas se habrían cruzado unas pocas cartas. Tenía entendido que de joven había sido sastre y que, ya retirado, tenía simpatías por los bolcheviques.Cuando bajó del tren no había nadie esperando en el andén. El convoy prosiguió su marcha en medio de una enorme nube gris de vapor helado que estaba a punto de licuarse. El sol allí era del mismo tono que la niebla. Salió de la desvencijada estación que amenazaba ruina y lo encontró allí, vestido de forma desaliñada, con un cigarro clavado en sus labios resecos y enarbolando una botella de vodka. Se saludaron efusivamente y Serebriakov agradeció el trago y se disculpó porque tenía que resolver unos asuntos administrativos, entre ellos un lugar donde dormir y la escuela donde enseñar. Le asignaron un lujoso palacete de esos que habían sido expropiados a la nobleza. El establo junto a su domicilio lo habían convertido en escuela popular de Saratov, su lugar de trabajo. Quedaron a la hora de comer y gracias a la literatura se hicieron amigos. El profesor había escrito un modesto libro de poesía de escaso eco en aquellos tiempos tan duros. Por contra su tío, llevaba escribiendo cuentos en secreto. El sobrino era admirador de Chejov. El anciano le enseñó una de sus historias y el sobrino le animó a que las difundiera pues creyó que eran tanto o más buenas que lo que escribía Gogol.Tío Vania llevaba una tertulia literaria en las dependencias de su antiguo negocio. Allí acudía con regularidad un reducido grupo de campesinos al que se unió el sobrino.—¡A mí me importa un carajo lo que dice Chejov! —solía responder Vania cada vez que el joven recordaba las normas mínimas para que un cuento pudiese ser leído y comprendido por más gente. —No es obligatorio. Pero es similar a las reglas de conducción de los automóviles. ¿Qué me dices si cada uno circula por donde le da la gana? Tiene que haber un mínimo de leyes —replicaba Serebriakov.—¡Pues yo escribo como quiero, hasta con faltas! —concluía Voinitzi secundado por las risotadas etílicas del resto de contertulios mientras hacía equilibrios para que la ceniza del cigarro no le cayese en la pechera.Con el tiempo Serebriakov se integró en la comunidad y se casó con una joven del lugar. Dejó de frecuentar las reuniones y tío Vania se alegró pues así él podría volver a controlar el coloquio de aquellos labriegos sin ningún tipo de oposición. Murió Lenin y retornó a San Petesburgo dejando a su esposa al cargo de la escuela. Allí publicó su segundo libro. Tío y sobrino intercambiaron telegramas. Vania quería una opinión sobre uno de sus cuentos, "La casa de la estepa". Serebriakov lo encontró de gran calidad pero con una inverosimilitud: "Tío, tu personaje es un fantasma que tiene la habilidad de sudar y eso confunde a los lectores". "Suda si yo quiero", respondió airado y ciego de aguardiente el pariente en otra misiva donde además intentaba señalar múltiples errores de su libro. El sobrino respondió que las erratas ya las había corregido y que le estaba agradecido por ello, pero que aquella frase estaba gramaticalmente bien.—¿Y tú como sabes todo eso?—¿Tío, no recuerda que soy profesor? Además lo consulté en los manuales de gramática.—¡Te has endiosado porque eres profesor! ¡A mí me corriges y tú no me aceptas nada! ¡Los labriegos tendrían que estar en las cátedras! ¡Una oveja tiene más conocimiento que tú! —Insistía airado y enrojecido por los litros de vodka—, ¡Te acordarás de tu soberbia! ¡No necesito para nada tu ayuda! Voy a presentar mi libro en la casa del pueblo, y tienes que venir, es obligatorio. No hubo más correspondencia.Stalin se hizo con el poder soviético y Serebriakov abandonó la ciudad. Estaba confundido. Lamentaba no haberse exiliado en París. Volvió con su esposa. Llegó el día después de que Vania fuese encumbrado por los comunistas más radicales. Al llegar a casa lo comprendió todo. La habían registrado de arriba a abajo y le habían requisado muchos libros. Ya no era el maestro. Su puesto se lo habían dado a un tertuliano de Vania. Ya era tarde, muy tarde pues el tío había denunciado a su sobrino, el cual fue deportado a un gulag donde murió semanas más tarde víctima de la tuberculosis.
© Manel Aljama (mayo de 2010)

http://manelaljama.blogspot.com/2010/06/el-viejo-tio-vania.html
Ilustración: Van Gogh, Old man putting dry rice on the hearth (1881)

Comentarios

  1. Admiro a Manel profundamente así que, aunque ya leí el relato, paso dejar la impronta de mi lectura, de mi gusto y de mi agradecimiento a ti por ponerlo.
    ¡Buen fin de semana!
    Saludos

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