Díselo con flores






El proceso de divorcio estaba resultando especialmente engorroso. Su marido, a pesar de ser quien lo solicitó, se empeñaba en poner trabas a cada trámite, como queriendo hacerle la vida imposible también en el último episodio de su relación.

Susana estaba desesperada con esta situación. Tanto, que cada vez que meditaba sobre ello su mente saltaba de un pensamiento a otro, pero terminaba siempre recordando a la misma persona: uno de sus primeros pacientes.

Era Vicente, el Popeye, un individuo con un extenso prontuario policial que llegó con múltiples heridas de arma blanca al hospital en el que ella inició su carrera como cirujana. Parecía condenado a una muerte segura, pero la destreza de Susana, tal vez algo de suerte y, sin duda, la fuerza de él se confabularon para salvarle la vida.

Ésa fue la primera cirugía que realizó con dos policías custodiando la puerta del quirófano. Vicente también estaba vigilado por dos agentes cuando recibió el alta y quiso saludar a Susana antes de abandonar el hospital e ingresar en prisión. Llegó con un ramo de flores.

- Doctorsita, quería agradecerle por salvarme la vida.
- Vaya, no sé qué decir. Me sorprendes. No era necesario que comprases flores.
- No, si no las compré. Mi madre tiene una floristería, así que fue fácil. Yo, en realidad, quería darle esto – dijo Vicente entregándole en la mano un trozo mal cortado de una hoja de cuaderno, con un número de teléfono escrito a lápiz.

Susana miró con extrañeza. No entendía qué pretendía Vicente dándole su número y se incomodó un poco pensando que tal vez intentara seducirla.

- Guárdelo, puede necesitarlo. Y si algún día le sobra alguien, llámeme.


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