La Cordillera: Visibilidad del mal
Es un film comercial, pero se aleja del pochoclo. Apela a grandes actores que rinden en taquilla, sin embargo, apuesta por un terreno fangoso. Se zambulle en el terreno del thriller, aunque luego cambia de frente hacia otro envase. Arranca imperativa y termina al son de las preguntas. "La Cordillera", es un film que se embarra al alejarse de una formula aritmética y rendidora, apostando por un camino sinuoso, espeso y filoso. El excelente film te entrega en puerta un envase que tú seas quien lo abra, vea y analice.
Un presidente de un país latinoamericano y para más señas argentino. Yendo más en detalle, un hombre que viene de la provincia de la Pampa. Su nombre, Hernan Blanco. Aquí ya dos señales fuertes que tienen pregnancia en el film: Pampa, es decir la llanura como punto más destacado. Blanco, es decir diáfano, puro, liso.
El mandatario tiene que asistir a una cumbre de presidentes del continente latinoamericano que se celebrará en Chile. Está en juego la eminencia de transformar a Brasil en un jugador que cambie el peso de la balanza política en la región. México tiene la presión de los “gringos” para que ello no se cristalice en realidad. Argentina está amarrado fuertemente a Brasil, pero como suele ocurrir, es un país que suele estar tironeado por la seducción que EE.UU. ofrece. Es decir, un debate entre lo moral y la codicia.
El film escrito por Mariano Llinas y dirigido por Santiago Mitre, se corre sin embargo de este trazo. Apuesta por salir de la zona de confort. Salta al vacío. Lo ambiguo aquí adquiere mucha fuerza. La subjetividad del espectador se verá interpelada.
La crónica ya desde el mismo arranque plantea que hay algo que en medio de la voracidad diaria no está bien. El presidente es informado de la mala nueva. Ello motoriza hacer viajar a Marina (su hija - Dolores Fonzi), a la cumbre. Allí el film se bifurca. La cinta trasviste y sale de la autopista para meterse por camino sin seguro a la vista. El recorrido cambia radicalmente de eje. Se entrelazan trama y sub-trama como dos historias divorciadas una de otra y aquí está la savia del film
.
El presidente Blanco, tiene en su asistente Luisa Cordero (Erica Rivas), a su mano derecha. Ella es quien conecta al hombre y sus debilidades diarias con el el rol que tiene todo presidente. Ósea, el hombre fuerte que debe ser y parecer todo primer mandatario. Le anticipa de qué va la agenda, como es el rompecabezas del día. Lo pone en situación.
Su secretario Mariano Castex (Gerardo Romano), es el bad men de película. Su voracidad, fuerte estructura psicológica y ambiciones quedan plasmadas desde el principio al fin del film. Tanto como cuando discute con el canciller argentino en México. Vocifera como el presidente que quiso ser. Blanco, los mira en silencio. Tras ello y con un monosílabo cierra la disputa. Esa escena centrifuga como gobierna el presidente “invisible”, tal como lo califica el prestigioso periodista radial Augusto Donatti (Marcelo Longobardi).
¨La Cordillera¨, no es un título elegido al azar. Remite a la unión que es esa columna vertebral que une todo el continente. Pero el fin se corre de ese eje aristotélico (científico) y nos sumerge en una atmósfera entre socrática y platónica (preguntas e ideas). El tono filosófico del film lo envuelve como un mantra. Así los interrogantes adquieren mayor relevancia. Mitre y Llinas, sin ser sentenciosos, nos invitan a ver las diferentes capas que una persona posee, y como ellas interactúan con nosotros a diario. Las digamos o no. Seamos conscientes o no. Queramos o no. Ello ofrece, sin embargo, dos temas muy concretos.
Uno es el tema del film, la maldad, que siempre está al acecho. Ello es lo que Marina plantea sin dobleces. Ella nos representa. Es la voz de la que no tiene, ni quiere tener poder. Su ex pareja, enunciado en varios pasajes del film, tiene problemas mundanos. También ha comenzado a tener fisuras psicológicas. También es procedente de La Pampa. Y aun allí vive. Pero a medida que Blanco crece en su rol en la política internacional, este "invisible" personaje ve oscurecer su vida. Más "visible" se hace el presidente más tenebroso se pone la trama. Es como un juego de espejos en donde el accionar de uno tiene consecuencias en el otro. El tono Hitchcockiano que adquiere el film así lo denuncia. Lo sórdido y oscuro exuda con fiereza una realidad que lo atraviesa. La narración adquiere en esta gramática una cocción sólida y de notable factura.
El otro punto que "La Cordillera" vomita es la metafísica, tan en desuso en tiempos ecualizados y de fast-food. "Nadie se baña dos veces en el mismo río", dijo Heráclito. En el film de 114' nadie quedara igual una vez que se haya negociado algo con el país que juega siempre de malo, EE.UU. (al menos para países tan anti-estadounidenses, como son los sudamericanos y especialmente para Argentina).
Ricardo Darin, encarna con la solidez y carisma habitual a un mandatario uniforme. Erica Rivas ofrece una gran ductilidad y sobriedad para un personaje que transita varias aristas. Dolores Fonzi caracteriza a un personaje que combina frescura, rebeldía e incomodidad y lo hace con aplomada solvencia. Un impacto especial provoca Leonardo Franco (presidente de Brasil), quien brinda una imponente presencia y fuerte magnetismo, dandole la solemnidad que el film necesita. No obstante, hay dos actores que se comen la cancha. Gerardo Romano, como el primer ministro Mariano Castex, ofrece una actuación descollante. Poderoso, magnético y pleno de sutilezas. En tanto que Alfredo Castro, como el Dr. Desderio Garcia, le aporta un aura llena de misterio, aplomo y de dúctil elegancia que el film adquiere en el momento más místico del film.
Mitre y Llinas te dan una medicina sin prospecto. No tiene las indicaciones de como tomarlo. Nos invita a que cada cual haga la lectura, de las muchas que ofrece el film. Lo que propone es que nos dejemos interrogar por ese ser metafísico que somos. Apuesta a que no le tengamos miedo a nuestras propias preguntas. Juega a incomodarnos. Si nos dice, literalmente, que la vida no es todo tan lindo y cerrado, como en las películas. Se corre de ese lugar. No busca atajos. Incomoda, claro. Va de eso la propuesta. Como diciendo el ecosistema post-moderno que habitamos nos vomita verdades todo el tiempo. ¿Que tal si dudamos de esas sentencias que nos vienen de afuera?
Descartes creo la duda metódica para asegurar que Dios existe. No dudo de la divinidad. Lo hacía para probar con sus deducciones que existía. El film parecería decir que la realidad, esa convención que construimos día a día, necesita ser vista con la propia complejidad que nos hace humanos.
Manu
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