Tres anuncios en las afueras
'Tres anuncios en las afueras' es, para lo bueno y para lo malo, la película de un guionista. La historia de Mildred (Frances McDormand), una mujer dispuesta a descubrir quién violó y asesinó a su hija adolescente ante la ineptitud de las autoridades locales, está escrita con una precisión y una sagacidad fuera de lo común. La descripción y el desarrollo de los personajes son extraordinarios; el vaivén entre lo trágico y lo cómico es puro equilibrio; y la violencia está gestionada con maestría.
Martin McDonagh ('Escondidos en Brujas') se apoya en las palabras para convertir su minuciosa (y, a la vez, extrañamente lúdica) inmersión en una comunidad tocada por la tragedia en un retrato sagaz de los males de la América profunda (la violencia, la ignorancia, el racismo) y del ser humano en caída libre. El único problema es que a veces hay cierta confusión entre las reflexiones del director/guionista y las de sus personajes: cuesta creer que algunos de ellos sean tan rápidos y brillantes en sus réplicas.
El western no solo tiene señales de supervivencia: sigue siendo inspiración para grandes películas forjadas con la base de historias curiosas, emotivas, contradictorias y en definitiva, apasionantes como la que nos ofrece el director y guionista británico Martin McDonagh quien en su tercera película ha decidido probar suerte en el cine estadounidense con una historia totalmente impregnada del espíritu más subyacente de la América profunda y rural (en definitiva, el verdadero espíritu originario americano) y por supuesto con un tono totalmente deudor del western más genuino con ecos tanto de John Ford como de Sam Peckinpah. Tres anuncios en las afueras es una película visceral, dramática, a ratos salvaje, a otros surrealista y con un tono de mala leche que critica abiertamente los enormes prejuicios y el retraso moral e ideológico de muchos estadounidenses del oeste rural pero siempre con ese irónico tonillo de comedia que desdramatiza - si se puede decir así- muchos de los acontecimientos de esta película. En ese sentido, también nos encontramos con cierta influencia de Tarantino o los primeros hermanos Coen.
Precisamente una actriz fetiche de los hermanos de Minnesota, Frances McDormand, es la protagonista de esta enorme y esforzada película haciendo una de las mejores interpretaciones que se recuerdan de esta actriz. Aunque, a decir verdad, todo el extenso reparto está excelente y cada uno de los intérpretes aporta personajes complejos e inolvidables en medio de una historia que nos enseña el lado más violento e irracional del ser humano por muy nobles y justificables que sean los motivos de rebelión
Frances McDormand se mete en la piel de Mildred Hayes, una mujer que hace poco ha perdido a su hija adolescente Angela víctima de una violación y brutal asesinato. Ante la pasividad de la policía local por resolver el caso, en manos de Willoughby (Woody Harrelson), un sheriff perezoso pero estricto y que se lleva a matar con Mildred. Pero Mildred no es solo una madre coraje, es una mujer que tal vez contagiada del ponzoñoso y violento ambiente donde se mueve toma decisiones puntuales en los que desata su lado más amoral y destructivo; en ese sentido no parece ningún ejemplo a seguir, es más bien una antiheroína dispuesta a todo.
Este complejo desdibujamiento moral también se percibe en varios de sus vecinos, en el propio Willoughby, que al fin de cuentas tampoco parece tan villanesco, en el ayudante del Sheriff Dixon (Sam Rockwell) un sujeto tan racista, violento y brutal como en realidad inmaduro y que termina experimentando un curioso viraje o en Charlie (John Hawkes) el ex marido maltratador de Mildred. Un maremagnum de situaciones, emociones y dilemas morales que desfilan ante nosotros y que al final trazan un panorama poco confortante pero enormemente interesante por lo bien estructurada y presentada que está una narración tan compleja y variable que sabe combinar perfectamente la comedia con el drama más descarnado y la violencia a veces más exagerada además de tener una perfección milimétrica que se extiende hasta un extraño y ambiguo final.
Imprescindible.
Roberto Mier
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